miércoles, 3 de septiembre de 2014

En el Evangelio de hoy, nuestro Señor nos dirige una pregunta sumamente importante y trascendental; más aún, de la respuesta que demos a esa interrogante, depende el sentido y el futuro de nuestra misma existencia: “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si al final pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?”. Es ésta una de las preguntas que atraviesan de polo a polo la historia de la humanidad y ante la cual nadie puede quedar indiferente. ¿Qué has hecho tú por Cristo hasta el día de hoy?...
Cristo te cuestiona hoy a ti, directamente, querido amigo, amiga: ¿De qué te va a servir ganar el mundo entero con placeres, poderes, lujos y vanidades, con dineros, bailes y fiestas superficiales si al final pierdes tu alma o te quedas sin lo más importante y esencial? Y para ti, ¿qué es lo más importante?
Lo más importante es Dios, tu vida de gracia, tus valores morales y espirituales, la familia, los hijos y la total armonía con Dios y con tu prójimo. Las riquezas y los placeres materiales nos suelen fascinar tanto; el trabajo y otras obligaciones secundarias nos absorben tan en demasía que lo principal siempre se queda a un lado... ¡Así agotamos nuestra vida y olvidamos lo esencial! Dios.
Recuerdas que la vida pasa demasiado rápido y que la muerte nos llega de sorpresa, inesperadamente. Cuando la puerta de esta vida se cierra para nosotros, de nada valdrán las lamentaciones.... Piensas en esto por un momento y no pases de largo ante esta llamada de Dios.....¡¡Pon, desde ahora mismo, manos a la obra!!
El cargar con la cruz del que Jesús habla tiene un sentido real en lo que él hará, cargar el patibulum y ser escarnecido por muchos: "Ven y escucha. Quien golpea a una persona que es conducida a la ejecución, está libre de castigo, porque a esa persona se la considera ya como muerta. De aquí se deduciría que el comprometerse a seguir a Jesús significa arriesgarse a un tipo de vida tal que es tan difícil como el último camino del condenado a muerte. El seguimiento de Cristo comprende para todos la disposición para recorrer el camino en solitario y soportar el odio del pueblo, de la comunidad, de la nación, de la propia familia. Palabras duras, cuyas aristas no podrán ser limadas por nuestra mediocridad.
La cruz de Jesús significa todo esfuerzo que nos convierte en fieles cumplidores de la voluntad del Padre y que es asumido y realizado por amor. Sin esa perspectiva y sin esa motivación, no puede darse cruz en sentido expresado por Jesús. Entendida según él, es algo transformado y transformador de todas las realidades humanas. Jesús asumió las realidades humanas y al asumirlas las transformó. Tomó nuestra carne mortal y la hizo inmortal. Tocó un día el barro del camino y con él devolvió la vista a un ciego. Tocó el pan y el vino para transformarlo en su cuerpo y sangre, y así hizo con otras realidades humanas.
Jesús también tocó el sufrimiento y lo transformó. La cruz tocada por él se convierte de fracaso en signo de victoria, de humillación en símbolo de triunfo, de muerte en fecundo signo de vida, de locura a los ojos del mundo en sabiduría de Dios, en triunfo del bien sobre el mal, en triunfo del amor sobre el odio, del poder santificador de la gracia sobre el poder destructor del pecado.
En el pasaje del evangelio, Jesús comienza a decirles a sus discípulos más cercanos que no esperen un triunfo glorioso tal como los hombres estamos acostumbrados, que su victoria va a ser difícil de ver, porque sucederá en la resurrección después de la pasión y la cruz. Pedro, creyendo hacerle un favor a Jesús, se lo lleva aparte para hacerlo recapacitar. ¡Dios no puede permitir eso!
El rechazo de Jesús, tan sorprendente, nos avisa de que estamos tocando un tema demasiado importante para pasarlo por alto. Le llama Satanás, porque supone para Jesús una tentación, como las del desierto. Pedro, en el fondo, le está pidiendo a Jesús que sea un Mesías tal como él se lo imagina. Y Jesús sabe que el camino que le toca recorrer es muy distinto.
Si la semana pasada veíamos a Pedro confesando con decisión que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, hoy vemos que, a pesar de todo, todavía le quedaba mucho por comprender. Cada uno vive su proceso de fe de forma totalmente personal; Dios va poniendo en nuestras vidas sugerencias, estímulos, experiencias, personas, que nos van indicando un camino de crecimiento.
Pero no siempre nos damos cuenta de ello; a veces estamos demasiado centrados en nuestras propias ideas, en los clichés en los que preferimos creer. Otras veces esas experiencias suponen retos, dificultades para nuestra fe que no siempre alcanzamos a superar. Y así, nuestra vida de fe se convierte en una auténtica aventura de crecimiento y retroceso, de alegría y sequedad, de rosas y espinas.

No fue nada fácil para los apóstoles aceptar que Jesús no era como se lo imaginaban. Tampoco fue nada fácil para Jesús recorrer su camino hacia la cruz. Y seguro que tampoco fue fácil para él tener que anunciar que el que quiera seguirme, que tome su cruz. Con razón se quedó al final con muy pocos discípulos, los más cercanos, los más fieles, los más incondicionales.